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hasta el viernes 3 de mayo,
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15 y 16 de mayo
martes, 16 de marzo de 2010
El incremento del turismo en Punta del Diablo compromete la sustentabilidad de sus playas.
Se fue el verano y con él la temporada turística que movilizó cientos de miles hacia el este del país. Al igual que otros años, Punta del Diablo fue uno de los destinos costeros más concurridos. Pero aunque esto trae beneficios económicos inmediatos para el lugar, está afectando cada vez más su sustentabilidad ambiental y turística, ya que la infraestructura no está preparada para recibir, en sólo un par de meses, a decenas de miles de personas. La rambla y su saneamiento son las áreas más visiblemente afectadas por esta situación. Los vecinos organizados reclaman soluciones a esta problemática y las autoridades municipales aseguraron que de continuar por otro período será prioridad en su gestión.
“Todos los poblados costeros turísticos de Rocha tienen una población de pocos cientos de habitantes que, durante la temporada de verano, se multiplica en forma impresionante, pasa de menos de mil habitantes estables a alrededor de 20.000 visitantes diarios. Esto, cruzado con la falta de infraestructura urbanística, saneamiento, caminería, pluviales y recolección de residuos genera grandes problemas. Son una fuerte presión sobre el ambiente, el recurso turístico y la salud de la población local y turística”, explicó a la diaria Inti Carro, técnico del Centro de Tecnologías Apropiadas (Ceuta) y especialista en temas costeros.
Para Carro, la falta de saneamiento y las fuertes lluvias sobre el territorio, sumadas a la presión que ejerce sobre la costa la cantidad de turistas que la visitan en tan poco tiempo hacen que la playa se deteriore. “Punta del Diablo se está quedando sin playa, prácticamente no hay arena seca porque queda encharcada. Este balneario es un morro de piedra y las aguas de los pozos negros y de las pluviales escurren entre las casas y entre la gente; todo va hacia la playa y genera una situación de mayor humedad en la arena, que empeora cuando llueve. Además cuando vienen temporales fuertes el mar avanza sobre el territorio y golpea la caminería y las viviendas que están sobre la costa. Este diagnóstico se aplica a todos los balnearios costeros de Rocha”, dijo.
Conociéndote
La ONG Todos por Punta del Diablo, el Centro Cultural Mandinga y el Ceuta realizaron el viernes y sábado pasado unas jornadas sobre “Vulnerabilidad socioambiental en Punta del Diablo y alternativas de Saneamiento Ecológico” con el fin de difundir la experiencia del proyecto de saneamiento ambiental del lugar, además de generar el diálogo entre todos los actores relacionados para buscar soluciones al respecto. Participaron vecinos, organizaciones, representantes de la comuna rochense y del Sistema Nacional de Áreas Protegidas, entre otros. “El objetivo fue sensibilizar sobre este tema que hasta el momento no tiene una salida visible”, explicó Rodríguez.
Uno de los temporales que hubo en febrero deterioró y arrasó con parte de la rambla frente a la playa de los Pescadores. “En este momento eso quedó en una situación de vulnerabilidad, lo que significa que el proceso de deterioro se puede agravar y será más difícil de controlar. Hay zonas de La Paloma y de Cabo Polonio que están en iguales condiciones. El ecosistema está desequilibrado y con las tempestades del mar pueden estar en peligro las viviendas”, señaló.
Barranco abajo
En los últimos años la construcción de viviendas para el desarrollo inmobiliario creció fuertemente en Punta del Diablo, lo que hace más crítica la falta de infraestructura y saneamiento.
Consultado al respecto, José Luis Olivera, coordinador de la unidad de gestión costera del departamento de Ordenamiento Territorial de la Intendencia Municipal de Rocha (IMR), dijo a este medio que “a partir de 2007 se removieron alrededor de 35 viviendas que se encontraban en zona fiscal ocupando espacios públicos y obstruyendo la playa de los Pescadores. Se recuperó la primera línea de la playa y el balneario tuvo un ‘boom’. En ese entonces también se creó una ordenanza de ordenamiento territorial con determinadas exigencias en cuanto al uso de la tierra y la forma que deben tener las construcciones”.
Según explicó, el mayor incremento de viviendas sobre la costa de este lugar fue a finales de los años 70 y principios de los 80, algo que no fue controlado en su debido momento. “Cuando empezamos a operar con el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente se recuperó el valor y las certezas de un área que era tierra de nadie. A partir de entonces tuvo un despegue sumamente importante, fue el sitio donde más aumentaron los permisos de construcción. Antes, el balneario estaba congelado, sólo se hacían construcciones irregulares, pero se consolidó el desarrollo dentro de la formalidad”, explicó.
De todas maneras las construcciones irregulares se siguen edificando. En 2009 se demolieron varias viviendas nuevas. “Esta guerra es desigual, están buscando espacios y ausencia del Estado para poder seguir construyendo”, señaló Olivera.
A su entender, Punta del Diablo ha sido “la vedette” en la última temporada en cuanto al número de visitantes, lo que trae aparejado nuevas demandas de infraestructura. “Se ha incrementado la iluminación de calles, se ha realizado una serie de tareas que han incrementado el valor de la zona. Ahora la intendencia tiene otra demanda en cuanto al escurrimiento de pluviales, calles y saneamiento”, dijo.
Con respecto a esto último explicó que no hay ningún balneario costero de Rocha que cuente con red de saneamiento. “Es individual por parcela. En los nuevos permisos exigimos un sistema anaeróbico de tratamiento de aguas, que se depuran en cajas impermeables de hormigón cuya disposición final se hace en depósitos permeables”.
Lo cierto es que, tal como explicó Carro, la mayoría de las cámaras sépticas tienen filtraciones y desbordan en verano cuando la población se incrementa. Durante la temporada cualquiera podía notar en el centro del lugar, incluso cerca de los restoranes, el agua saliendo de las tapas de los pozos negros, una imagen que se repetía constantemente.
Educar con el ejemplo
Para Carro lo ideal sería que tanto a nivel individual como colectivo haya sistemas de saneamiento alternativo, como humedales construidos y un manejo de las aguas de lluvias en las propias viviendas, que puedan ser captadas para reutilizarlas y disminuir lo que luego llega a la playa y destruye el sistema costero.
“Es una acción de mediano plazo pero la más directa. Si se puede ir más adelante y la intendencia puede resolver un mejor saneamiento y manejo de pluviales sería ideal. Eso es algo que demanda una preparación orgánica de la comuna que todavía no existe, por eso estamos divulgando el tema y mostrando que existen alternativas que pueden ser integradas a las soluciones”, dijo.
Como forma de atender esta problemática y para demostrar que pueden aplicarse estas alternativas, recientemente la organización no gubernamental Todos por Punta del Diablo, fundada en 2003 por vecinos del lugar con el objetivo de mejorar la calidad de vida en el balneario, emprendió un proyecto de saneamiento alternativo en la escuela 96 del balneario, donde conviven 120 personas entre maestros y alumnos. La iniciativa, que costó 5.000 dólares y fue financiada por la fundación Green Global, contó con el apoyo técnico del Ceuta. El sistema consiste en el tratamiento de las aguas residuales a través de humedales construidos con plantas absorbentes como la totora, que funciona como depurador. Elizabeth Rodríguez, integrante de la ONG, contó a la diaria que se eligió la escuela del lugar para desarrollar la experiencia en forma didáctica. Además fue registrada en un video que puede encontrarse en YouTube bajo el nombre Saneamiento Ecológico en Punta del Diablo (partes 1 y 2). “El sistema alternativo es casi una realidad, y será un antecedente que servirá de modelo para poner las barbas en remojo y buscar soluciones a este tema. Pensamos que para el mes que viene el humedal estará funcionando a pleno”, afirmó.
Según el integrante del Ceuta, la idea del proyecto es sentar un precedente y hacer un diagnóstico con la comunidad, para realizar en el futuro un trabajo de fondo para atacar estos problemas. “Hay un desafío a nivel local, parte de lo que se tiene que hacer es regularizar rápidamente y tener claro que si se sigue construyendo en cualquier lado, el recurso playa desaparece, la situación es compleja. Todos viven del turismo en el balneario, pero lo están exprimiendo hasta un punto de colapso. La situación es que hay que actuar ya en todos lados, cuanto antes se atienda el problema, más sencillo y más rápido de solucionar será. La gente tiene que acordarse de que la playa existe durante todo el año, por eso es importante que se recupere en invierno lo que se destruye en verano”, opinó.
Paraíso del diablo
“Rocha se está poniendo de moda y necesita una salida al problema del saneamiento. El lugar en el verano no soporta la capacidad de carga. Hay alrededor de 20 mil personas por día. En un pueblo donde no llegan a vivir mil personas y recibe 20 mil más en temporada, es una irresponsabilidad por parte de los organismos estatales no resolver eso. No queremos más diagnósticos, hay que empezar a hacer cosas puntuales, hay elementos de sobra para hacer algo. Hay organizaciones que estamos dispuestas a salir a buscar los apoyos. Cuando hablamos de un turismo sostenible estamos hablando de eso. Hoy esto es un paraíso que puede terminar siendo cualquier cosa. Una vez que termina el verano queda todo muy destrozado. El turismo deja dinero, no tanto como muchos suponen, pero los estragos son grandes, hay falta de higiene y contaminación, tenemos que pensar qué turista queremos traer y a partir de eso ver qué se puede hacer”, dijo Rodríguez.
Por su parte, el director de Turismo de la IMR, Pedro Quartino, dijo a la diaria que el crecimiento turístico del balneario “es algo que hay que estudiar, es un tema serio. Tenemos que hablar de un turismo sustentable, la intendencia hace muchos años hizo un plan de excelencia, cuando Punta del Diablo era otra cosa. Ahora hay que atender el asunto desde otra dimensión, está creciendo más de lo que la infraestructura permite. Es un tema delicado porque hay muchas opiniones al respecto que serán difíciles de conciliar”.
Según Quartino, no hay ningún plan específico para atender este crecimiento turístico, algo que en su opinión deberá ser planteado en la próxima administración. “Depende de la inversión pública y de lo que opinen los locales. No sólo la intendencia es parte de esto, tienen que estar involucrados otros organismos”, opinó. En la misma línea, Olivera dijo que Punta del Diablo será “una prioridad para el próximo período”. “Eso es prácticamente un desafío que tenemos y antes de renunciar (para la reelección) el intendente Artigas Barrios nos había solicitado que le diéramos prioridad a este tema si vuelve a estar en la próxima administración. Estamos interesados en los aportes que está realizando la comunidad, nos interesan esos proyectos. El deber es tratar de que el mayor tiempo posible la gente pueda seguir disfrutando de las playas de Rocha”, concluyó.
Inés Acosta
por Rolando Hanglin, Especial para lanacion.com
El viajero llega al aeropuerto, con tres horas de anticipación, mal dormido y con susto. Supongamos que no ha sufrido ningún accidente, que no lo ha interceptado ningún piquete: de todos modos, los aeropuertos del mundo quedan siempre muy lejos de las ciudades donde viven los viajeros. Además, hay que llevar maletas, bolsos, documentos, dólares, abrigo. O sea: lo más aconsejable es contratar un remise o un taxi (todo carísimo) o bien convencer a un pariente piadoso, ya que el automóvil nos lleva pero luego debe seguir su camino, porque nosotros... ¡nos vamos!
El viajero ha estado planeando el viaje durante días (o meses). La reserva de los pasajes. Las noches de hotel. Menudean los amigos expertos, consejeros y asesores. Personas que han estado en el lugar que nos espera, sea Iguazú o Praga, Omaha o Londres, Montreal o Dar-Es-Salaam. Todos opinan. Todos saben más que el viajero. Todos dan consejos contradictorios. Hay compañías más caras, otras más puntuales, otras extremadamente serias, pero que no viajan los lunes sino los jueves. El hotel que imaginamos cinco estrellas, en realidad, fue demolido el año pasado, nos informa un amigote más viajado. Y otro nos informa que la simpática pensión es un narco-tugurio.
El viajero va trazando, laboriosamente, su viaje y llenando la maleta con horas robadas al sueño o al trabajo, y allí atesora un buen suéter, tres pares de medias, tres camisas, tres calzoncillos, un pantalón que combine con todo, zapatos que ocupan mucho espacio, camisetas, remeras deportivas, pantuflas, pijama, las pastillitas de la noche y las de la mañana... pero la maleta no cierra. ¿Y cómo llevar la campera-abrigo todo-terreno, imprescindible para los aviones y los hoteles con aire acondicionado, donde uno infaliblemente se enferma de neumonía? En el brazo. ¿Y el estuche con pasaporte, dólares, papeles varios, tarjetas de crédito, seguros médicos, lapicera, libreta, agenda? En el brazo también. ¿Y el libro para el viaje?¿Y la revista, y el diario? En el brazo. Ya son varios objetos para un solo brazo. El otro brazo deberá empujar la maleta con rueditas, que se atascan una y otra vez, de modo que el viajero termina agrediéndola a patadas.
Llega, entonces, el viajero estresado al aeropuerto. Lo primero que encuentra es una muchedumbre insólita. Altos negros de Nigeria con sus bellas túnicas, silenciosos pero veloces chinos en grupo, monjas y curas, estudiantes, mochileros, matrimonios, familias con hijos, americanos, alemanes, suecos, brasileños. Una alucinación fabricada especialmente para producirle un shock psicológico: todo el abrumador planeta está allí.
El viajero busca alguna persona con uniforme que le diga dónde está el mostrador de la compañía X-Air (porque a la vista hay un hall de 200 metros con mil mostradores de distintas líneas, y adyacente otro hall igual, y después otro), pero las personas uniformadas se esfuman. A lo sumo, responden con un ladrido:
-¡Lea la pantalla!
Tembloroso, el viajero no puede enfocar la vista en la pantalla. Es que no hay una sola pantalla. Hay docenas de pantallas y monitores. En cada una se enumeran vuelos provenientes de: Dublin, México, Moscú, Karachi, Liverpool, Hamburgo, Nicaragua, Montreal, Beijing, Nueva York, Paris, Dallas, Miami, Estocolmo, Montevideo, Copenhague,Tokio, Oslo, Barcelona, Osaka, Lisboa ...¡Y así hasta el infinito! Hay que seguir con extremo cuidado la línea imaginaria que une la ciudad buscada con la compañía elegida y con el número de vuelo, para conocer su situación. Nunca es un número fácil: por ejemplo, 09354921. Pero retenemos los últimos tres dígitos: 921. En el renglón siguiente puede decir Boarding, Delayed o Canceled o cualquier otra cosa. Es decir que nuestro vuelo ya salió, está demorado, está esperándonos histéricamente o no existe más. Todo es terrorífico.
Ahora bien: ¿A donde hay que ir? Hay que ir a un sitio denominado A - 129 - Z8 - Sp.
¿Qué es A? ¿Pasillo A, hall A, sala A, aeropuerto A?
El viajero sale al infinito hall como un poseído, empujando la maldita valija que, en realidad, es pesadísima. Y camina, camina, camina kilómetros. Es casi como ir andando a Madrid o a Nueva York. Acompañado por otros pobres diablos con la misma expresión de agotamiento y extravío. Escaleras mecánicas, otras escaleras comunes y silvestres con los bártulos a cuestas, y nadie que informe. Finalmente, llega a lo que parece ser una cola. Parece ser Migraciones.
¡Migraciones! ¿Tengo el pasaporte? ¿No habré traído el pasaporte del año pasado, que no tenía visa para Estados Unidos y lucía un sello de "anulado"? ¿Y los dólares? Cuidado los dólares. ¿Y la tarjeta de Migraciones, y el formulario para la aduana? Los recuadritos dentro de cuyo contorno deben escribirse las letras están colocados de una manera inverosímil. Ideal para equivocarse. ¿Dónde puedo apoyarme para llenar estos formularios? Los pasajeros descubren que no hay mesas, no hay mostradores, y mucho menos sillas o sillones. Todos los turistas están allí, indecisos, parados y apurados. Entonces se tiran al piso, usan de pupitre, la espalda de un amigo, dibujan letras imposibles... y finalmente pasan.
A ver: ¿Dónde es A? Después de Migraciones viene un pasillo enorme donde se ven muchos letreros luminosos en celeste, amarillo, rojo, naranja, indicando derivaciones hacia otros pasillos, que en realidad son avenidas inmensas, recorridas por turistas despavoridos. Entre paréntesis: ¿Dónde hay un baño? ¿Qué hora es? En fin, sigamos. Un letrero indica H de manera evidente, y debajo 1, 2 y 3, hasta 6. Si vamos en la dirección correcta, es decir el abecedario al revés, pronto encontraremos la salida hacia G, luego F, y así, finalmente, la A. ¿Será esa nuestra A? Vamos caminando largo. Los otros viajeros chinos, negros y suecos empujan sus maletas con la misma angustia.
El viajero intenta buscar a personas informadas. Pero nadie sabe nada. Ni la chica de los chocolatines, ni el muchacho de las revistas, ni mucho menos los ajetreados pilotos y azafatas que pasan a nuestro lado, mirándonos como a lauchas.
De alguna manera, el viajero sube a un avión. Todo indica que es el suyo. Hay que levantar la maleta luego de atravesar miles de metros, y el dificultoso pasillo estrechito, para embutirla en un portamaletas, y luego respirar hondo. Después de tres horas de esfuerzo y desconcierto, estamos en viaje. Por un momento pareció que el viaje se iba al diablo por extravío físico y mental del pasajero, pero hemos llegado al avión.
Ya tenemos a un turista empapado en transpiración, lleno de incertidumbre y desilusionado. El asiento (sobre todo el que corresponde a los pasajeros de la "turística", que son toda la doliente humanidad) es pequeño y rígido. Las azafatas están muy apuradas. Hay turistas que no saben dónde colocar un paquete suplementario, algo que compraron en el Free Shop...¡Esa maldita colonia, ese abrigo escocés, esas cajas de alfajores!
El viajero es asaltado constantemente por el recuerdo de las cosas que tal vez olvidó: ¿Tengo mi pasaporte? ¿Mi cepillo de dientes? ¿Mi traje de baño? ¡Imbécil, vas a Río de Janeiro y te olvidaste el traje de baño!
En el mundo actual, los seres humanos disponen de pocos días libres. Digamos, ocho. O tal vez, catorce. Son catorce noches. Dos de esas noches las pasarán sentados en la losa de fórmica que constituye la butaca de los aviones. Con calambres en la espalda y las piernas agarrotadas por la posición fetal. Estos viajeros pagan unos 1000 dólares para que los lleven a Miami, a París o a Bahía. Y por ese precio duermen, dos noches, como un preso en la celda de castigo. Como un mendigo en un banco de plaza, ateridos por el aire acondicionado y desvelados por el llanto de los bebés. Por algún motivo insondable, viaja mucha gente con niños y bebés.
El aeropuerto es un estallido de colas interminables, esfuerzos físicos, impactos angustiantes, imágenes de terror: una bofetada, nada parecida al glamour que el viajero compró en los folletos de colores que le ofrecían "Carnaval Carioca" o "Los Castilos del Loire".
A esta altura, el lector me dirá que hay una solución muy sencilla: no viajar a ninguna parte. Es cierto.
Pero el viaje es educación. Un día en el extranjero vale por un año de vida, porque se conocen otros países, otras razas, otra gente, maneras de pensar y de vestir, de comer y de reír. Se aprende. Se crece. Eso sigue siendo cierto. Se cambia de aire.
Nosotros, los que hoy somos mayores, nos criamos con la crisis del 30 en los huesos. Nuestra infancia no supo de aviones, televisores, internet, notebook, celulares, idiomas. Apenas, autos. Nuestras fronteras han sido siempre muy estrechas. Para los de Ramos Mejía, la Avenida Rivadavia. Para los de Olivos, la Avenida Maipú. Para los salteños, la calle Caseros. Para los marplatenses, la Juan B. Justo. Y pare de contar.
Muchos de nosotros llegamos a los 20 años sin haber visto nunca jamás a una persona negra. A un gay. A una mochilera canadiense. Sin saber cómo suena el idioma sueco. Y cuál es la diferencia entre el semblante de un alemán y el de un holandés. Somos una buena gente de cabotaje, y la globalización que empezamos a vivir en los 90 nos agarra ahora en pleno descontrol.
Todo es masivo. Con malos modales. Con una infinita desconsideración. Se llevan 60 uruguayos a Berlín, o 190 belgas a México, como quien lleva un camión de hacienda a Liniers.
Los equipajes perdidos llenan hangares enteros: son toneladas de objetos preciosos para sus lejanos dueños, que ya nunca podrán encontrarlos. Están definitivamente extraviados. Cada tres años, les prenden fuego para hacer espacio.
La apariencia de control esconde un descontrol absoluto: ¿Cómo fue posible, si no, que cuatro aviones de pasajeros de las principales compañías americanas fueran estrellados contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono? El lector debería sopesar lo que estamos diciendo: un avión lleno de pasajeros iguales a usted, a mí, a nuestros hijos que van de excursión a Bariloche por el fin de curso, a las chicas de la oficina que se juntan para pasar una semana en Cancún. En fin, viajeros, turistas, personas comunes de clase media, se precipitó sobre los muros exteriores del...¡Pentágono! Por supuesto, murieron todos.
Los aeropuertos más concurridos, que son llave de paso hacia otros países o regiones (Málaga, Miami, Atlanta, Madrid) son los más enloquecedores. Allí resultan más largos los pasillos, más mudos los funcionarios y más abrumadoras las pantallas.
En fin. Yo haré lo que todos. Seguiré viajando cada vez que pueda, porque de todos modos es parte de la vida, y es bello. Pero no puedo olvidar que hubo otro tiempo, el de nuestros padres. Cuando viajar era una ocasión "de alto vuelo" (precisamente) y los turistas eran tratados como personas. Tal vez eran pocos, sí. Tal vez eran ligeramente ricos. Nos traían de lejanas tierras algunos regalos inconcebibles para nuestra alma de niños, como el chicle globo o los suéters de ban-lon.
Pregunta el viajero inoportuno: ¿No sería mejor que hubiera miles de aeropuertos pequeños para que la gente no se apiñara en estos aquelarres de multitudes? Aeropuertos internacionales descentralizados, con pocos aviones, pocos pasajeros y pocos empleados, amables y serviciales. Por ejemplo, en nuestro país podría haber un aeropuerto internacional en Córdoba, otro en Rosario, otro en Bariloche, otro en Salta, otro en Corrientes, otro en Neuquén, otro en Bahía Blanca, otro en Mar del Plata, para viajar sin escalas... es decir que no sean "internacionales" en las palabras sino en los hechos. De este modo, nadie sería obligado a formar las diabólicas colas en la Aduana de Ezeiza, con los riñones al rojo vivo. Bah, ya sé. Es una utopía.
Me lo imaginaba.
Fuente: LaNacion.com
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